La palabra "ocurrencia" no me agrada, pues tiene una carga peyorativa aunque el diccionario de la RAE no lo diga. Pero a veces hay que usarla y con esa carga. Lo que pasa es que el error original del día de hoy partió de mí. Tenía que recoger mi auto del taller, y confiando en que el mecánico tenía una terminal para tarjetas bancarias, no tomé la precaución de sacar efectivo del cajero automático. El segundo error fue del mecánico, por llevarse a otro lugar el dispositivo para cobrar con tarjeta. La primera ocurrencia es de mi banco, pues fui a una tienda de conveniencia, donde a cambio de una compra, puedes retirar dinero, pero el banco "para mí seguridad", rechazó la operación. Y tuve que ir a la Plaza Crystal, la plaza donde el otro día aparecieron ocho infectados de covid entre los empleados. Como yo soy un fifí atípico, yo no compro ahí sino en la Plaza Ánimas, que está más lejos del taller y en este momento está cerrada por labores de sanitización. La Plaza Crystal es más bien para el "pueblo bueno".
En este momento aprovecho para enviar saludos a mis lectores de Tabasco. Desde el primer capítulo advertí que estas crónicas se escribirían a vuela pluma, lo que, dicho de otra manera, equivale a decir muchas pendejadas. Pero también dije que uno de los ejes en torno a las que girarían estos escritos es a las hipótesis de Wilhelm Steinitz y Alfred Einstein relativas a la estupidez humana. Para ello, reconocí que soy humano y por tanto estoy afectado de estupidez. No se trata aquí de refutar tal o cual tratamiento contra el covid, ni siquiera de escribir cuáles son los síntomas. Eso ya lo hicieron en otra parte. Sí se le dará entrada a teorías de la conspiración, por su inmenso caudal de fantasía y credibilidad, de cuando en cuando me atreveré a hacer una crítica en materia de política económica, sin que pretenda competir con un premio nobel de la especialidad. Dicho de otra manera, éstas pueden ser mis últimas palabras y lamento no poder emitirlas con mas cuidado, pero también estoy haciendo lo que han hecho muchísimos artistas desde tiempos inmemoriales. Tengo a la mente a Boccaccio, del siglo XIV d.C., quien escribió su Decamerón para entretenerse él y sus acompañantes, mientras estaban encerrados a causa de otra cuarentena, la de la peste negra. Por cierto que él sobrevivió a esa pandemia y a tres años de terminada publicó esta obra, la cual también fue sometida a la censura de su tiempo. Se le obligó a quemar todos los ejemplares publicados; pero, de alguna manera, uno de ellos quedó escondido en algún librero y llegó hasta nuestros días, burlando el celo del inquisidor.
Retomando el asunto de la plaza Crystal, para poder retirar dinero del cajero automático tuve que estacionar mi auto dentro de la plaza. Para salir, me topé con otra ocurrencia: ya no hay empleados que hagan el cobro a la salida, pues la tarjeta se tiene que pagar en otro sitio. Ningún anuncio visible dice dónde, de modo que entre al súper, armado con mi doble cubre bocas, por el área de la panadería, con ánimo de comprar unos panes para la cena, pues ya anochecía. Las filas para comprarlos eran bastante largas, de modo que me metí a las entrañas del almacén a comprar algunas cosas rápidamente. Como estaba cerca del área de lácteos, tomé una barra de mantequilla y otra de queso de cabra. De ahí, alimento para el gato y unas galletas saladas. Corrí al área de cajas. Había varias filas interminables e inamovibles. Me coloqué en la de menor longitud. Guardando el famoso metro de "Susana Distancia". Poco a poco, muy lentamente, me fui acercando al área de cajas. Ya estando próximo a mi turno, llegó un joven sin cubre bocas a pedirme permiso para pasar a pagar su ticket de estacionamiento. Por supuesto que me negué, pero él se metió a la mala y le cobraron el ticket. En ningún lado decía que uno podía pasar directamente a cajas a pagar el estacionamiento. Pero el colmo fue que, al salir del almacén con rumbo al sitio donde dejé mi auto, apareció medio escondida una máquina traga monedas (sin ningún aviso que indicara que era para pagar el estacionamiento), que podría ser para pagar el dichoso ticket.
Yo tenía que llegar al taller mecánico antes de las ocho pm y llegué a las nueve y veinte. Ya estaba cerrado. Tomé el teléfono y llamé al mecánico. Acababa de cerrar y se fue, pues pensó que yo ya no iba a regresar. Pero estaba cerca, de modo que lo esperé. Mientras, llegó un tipo flaco, mal vestido y con ropas sucias y se paró en la esquina de enfrente, pero cerca de mi auto. Tosió y lanzó un esputo al suelo. Afortunadamente yo traía mis dos cubre bocas y camisa de manga larga. Pero un joven de esos que como no ven al virus creen que no existe, pasó junto a él al poco de haber estornudado. Pasaron dos patrullas de policía con las sirenas encendidas buscando a alguien. Pensé que se llevarían al clochard, pero andaban buscando a alguien que estaba más lejos. En eso, un automóvil guinda dió la vuelta en "u".
Era el mecánico. Se disculpó, me disculpé, más bien me desahogué, le pagué. Ví con alivio que el clochard, un zombie pandémico, ya no estaba cerca de mi auto. Abrí la portezuela, me subí, arranqué y me fui de ahí. El auto quedó suave como la seda. Me fui pensando en que algunas estrategias para combatir la pandemia son simples ocurrencias que contribuyen a hacer más grande el problema.
Comments